Presentación

DOCTOR PORFIRIO SÁNCHEZ FUENTES
Presentación del libro Presencia africana en el habla del panameño por Magíster Margarita Vásquez
El espacio ocupado por la Costa Arriba de Colón es una franja estrecha alargada paralela al mar Caribe en el istmo de Panamá, al este del río Chagres, que comprende los distritos de Portobelo y Santa Isabel. En los alrededores del pueblo de Portobelo, la multiplicada vegetación diversa, el paisaje de cocoteros movidos a los cuatro vientos dibujan imágenes tropicales moteadas por los restos de fortalezas atesoradas por su Cristo Negro de octubre vestido de morado. Los otros pueblos apacibles como sus cementerios, entretenidos como sus centros para bailar y su policía nacional, probables escuelas vestidas de azul y amarillo, abuelas que rayan el coco con un tronco espinoso, pangas y botes sobre la arena ahora manchada por el plástico asesino, no dan mayores señas de negrerías ni cimarronaje, ni esclavitudes, ni perros alanos, ni cadenas. Juegan en la memoria de unos y otros ― negros e indígenas― no desaparecidos, sino vecinos. En la tierra, la yuca, el otoe, el ñame, el plátano, el maíz, el coco, el frijol; en el mar el pulpo y el pescado. Hace unos pocos años entraron a ese espacio ocupado por los negros coloniales y los indios desde muchísimo tiempo atrás, los santeños con su toponimia, su modo de vida, sus décimas impregnadas en la sangre: el potrero, el ganado y el camión abrieron la trocha. Hace muy poco tiempo, asimismo, ha entrado la verdadera carretera, y, con ella, muy rápidamente llegan de la mano propietario y turista. Pero en ese espacio todavía están los negros viejos coloniales, relativamente aislados hasta el siglo XXI, lo que originó dentro de su grupo una cultura particular. Por las páginas de Presencia africana en el habla del panameño pasan los pueblos de la Costa Arriba de Colón: Portobelo, Cacique, Nombre de Dios, Palenque; en el golfo de Panamá, Isla del Rey, San Miguel; en Darién, Santa Fe, y otros, con sus leyendas, sus celebraciones, y cuidadosamente tratado, las modalidades dialectales, el léxico de la pesca, las aves, los productos agrícolas, la gastronomía, lo religioso, la música, la danza, los tambores. Desde un punto de vista general, Presencia africana en el habla del panameño ―así llamaré en adelante el ensayo que nos ocupa― tiene como finalidad convencer al lector de que emprenda estudios relacionados con el habla de los negros viejos. Que se acerque como estudioso al tema, porque se nos acaba el tiempo. Aunque existe en la actualidad una buena cantidad de fuentes bibliográficas para observar la presencia africana en el español de América y, particularmente, en Panamá, estas fuentes no han sido suficientemente explotadas ni sometidas a cuidadoso análisis por los antropólogos, sociólogos, folclorólogos, etnógrafos, historiadores, geógrafos, musicólogos, literatos, etnolingüistas y lingüistas (que se acerquen a los estudios etimológicos, semánticos, morfológicos y sintácticos, toponímicos, fonológicos y fonéticos, y sociolingüísticos). Porfirio Sánchez propone “un estudio etnohistórico de los núcleos negros en Panamá, de la aculturación negra en Panamá, y de la integración de los rasgos culturales negros en sus funciones sociales; comparar los elementos culturales negros entre sí, dentro del área hispánica, y con las subculturas negras de otras zonas culturales americanas, incluso los núcleos negros en Panamá”. Todo esto, a partir del conocimiento de las culturas africanas negras a través del tiempo. Desde una visión más particular, el ensayo galardonado invita a aprovechar la existencia en la actualidad (y en serio peligro de desaparición) de áreas pobladas todavía por los herederos de la cultura y las costumbres de los negros tradicionalmente llamados “coloniales”, ―entre ellas las relacionadas con los congos―, para aproximarse no solamente a la historia, sino a la práctica del español y hechos culturales, mediante la aplicación de las herramientas que ofrece la sociolingüística a estas prácticas para la investigación del objetivo lingüístico particular a partir de rasgos religiosos, musicales y otros. Esta metodología, que aprovecha las visitas, encuestas, entrevistas, descripciones, ilustraciones, fue utilizada por el Dr. Porfirio Sánchez Fuentes año tras año por diez años o más con sus estudiantes del Departamento y la Escuela de Español para conocer el fondo del costeño que se expresa en un español característico y que manifiesta sus modos y maneras, sus hechos, sus interioridades de existente en las festividades que viven al son del tambor y del grito, nacidas al calor de una dura historia de dolor y muerte. El ensayo aspira, en fin, “a realizar un inventario de las influencias verificables de los africanismos sobre la constitución de la cultura y su manifestación en el español de Panamá”. Y propone líneas de estudios afropanameños para colocar al interesado ante una perspectiva amplia del campo de trabajo. Así, ofrece información bibliográfica, referencia histórica, relatos, testimonios orales, metodología lingüística y enlaces pluridisciplinarios. Sánchez Fuentes revisa rápidamente la procedencia de los negros coloniales panameños. Registra los datos que ofrecen los historiadores sobre los diversos pueblos y lenguas: lucumíes, arará, mozambiques, mandinagas, chalás, biafra, cancán, popo, angola, mondongo, cuango, baluta, jolofos, cremoní, casanga, bañón, fula, gana, bula, capi, terranova, gago y soso. La dificultad para comunicarse entre ellos, que paralizó sus posibilidades de recuperar su cultura ―pues cuando estos individuos eran raptados perdían su identidad, su naturaleza, su patria, su familia― los obligó a tender un irregular puente de comunicación entre ellos y con sus amos. “Los africanos o sus descendientes transplantados a un medio diferente, se vieron obligados a responder a este reto inventando una nueva cultura, una cultura negra no africana”. Esto es lo que sugiere Sánchez Fuentes que se debe tener en cuenta al realizar los estudios: hay una diferencia entre las culturas afronegras (africanas) y la cultura negra no africana porque esta surgió como “otra” en América a partir del rapto de la fuerza cultural original. Y ya que hablamos de procedencias, el texto de Sánchez Fuentes se refiere a los que llegaron procedentes de África con motivo de la trata de esclavos. No alude a los negros africanos “ladinos” llegados a Panamá procedentes de España al servicio de los españoles desde los primeros años del siglo XVI. Con Gonzalo Fernández de Oviedo llegó a Santa María la Antigua en 1514 su esclavo Juan de Simancas. Oviedo anduvo por este litoral, tal vez con Simancas ¿quién sabe?. Me pregunto: ¿cómo se movieron estos negros “esclavos españoles” o simplemente sirvientes que ya hablaban español al llegar a Panamá? ¿Dónde se ubicaron? ¿Qué vínculos establecieron con los otros? También invita Sánchez Fuentes a considerar las influencias de todos los nuevos habitantes del Istmo “sobre las ideologías, las normas de la moral o el derecho, las reformas de los sistemas de educación, la creación de nuevas estéticas, y aportaciones significativas en lo que se refiere a la lengua”. Para tal fin, aprovecha las aportaciones de Lipski para deducir las causas por las cuales se repiten ciertos cambios o elisiones en el español de los negros dentro de su cultura no africana, o para hacerse la pregunta de cómo aprendía el español el africano, si estaba sometido a modelos que no procedían de una sola lengua sino de muchas lenguas africanas. Porfirio Sánchez Fuentes hace una valoración notable. Afirma que “la presencia de los africanos y sus descendientes ha constituido un factor de primordial importancia en el proceso de distanciamiento de las lenguas de América Latina con respecto al español de Europa”. Se refiere el ensayo, asimismo, a las nociones de África que fueron surgiendo a partir de la esclavitud: fue considerada tierra de extraños portentos que originó un discurso de lo monstruoso. Por otro lado, sus hombres fueron tratados como una mercancía. En la literatura española de la época se intentó desvestir al negro de su negritud, lo que nos invita a pensar en el cine norteamericano en que los blancos como Fred Astaire se pintaron para hacer papeles de negros. En este espacio de la Costa Arriba surgen las festividades de los congos, cuyo dialecto consiste en hablar como el negro bozal. El ensayo le dedica un buen espacio a los congos, cuya habla es ubicada dentro de las manifestaciones lingüísticas afrohispánicas con carácter especial por la distorsión y parodia de la que se hace gala. Es “el éxito de la acumulación cultural sustentada en el cimarronaje”, el desvío, la exageración, la sobreabundancia de la que habla Édouard Glissant, que corre el peligro de caer en el vacío de las significaciones. El ensayo propone que los estudiosos tracen “los denominadores comunes entre las lenguas africanas más indicadas en el tráfico de esclavos a Hispanoamérica para deducir las vías de adquisición del español como segunda lengua entre hablantes de una de las varias lenguas africanas.” También, que se deben “rastrear los datos lingüísticos con mucha sutileza, porque los rasgos afros son muy matizados” y fácilmente pueden confundirse con los aportados por lenguas autóctonas. Para terminar: como de algún modo llevo la marca de la academia, me adelanto a responder algunas interrogantes que podrían estar haciéndose los oyentes que no son lingüistas. La nación, como expresa Glissant, “no es separación sino una modalidad de la relación no alienada con el otro, para que no se convierta en ajeno”. Las lenguas son sistemas insuperables para las coincidencias y las consonancias de las identidades, para la relación; aunque, también, para transformar la incomunicación propiciada por los otros, en carnaval. Este es el caso de los congos. ¿Hablan español los pueblos de la Costa Arriba? ¿Está generalizada esta manera de hablar entre los hablantes cultos del istmo? ¿Esta manera de hablar supone una ruptura del sistema español en su conjunto, es decir, pone en peligro su unidad? ¿Es una “lengua” criolla? ¿Debe ser abandonada la manera de hablar de la gente de la Costa Arriba? ¿Hablar bien requiere mantenerse en una rigidez lingüística absoluta? ¿Se debe aspirar a una eterna pureza del lenguaje? Cada una de estas preguntas sería motivo de una larga respuesta. Baste decir que en los tobillos de la gente de la Costa Arriba de Colón no hay hoy señas del peso de cadenas. Sí hay marcas que deja la incomprensión de un espacio cultural nacido de los elementos para nada humanos arriba señalados. Por eso, termino con un aplauso a la investigación realizada por el Dr. Porfirio Sánchez Fuentes, al ensayo ganador, porque acude para conciliar los valores de la civilización de la escritura, ―y repito nuevamente a Glissant―, con las tradiciones de la oralidad. Seguramente generará, como él lo solicita, otros acercamientos al habla de los panameños de la Costa de Colón. Margarita Vásquez 30 de julio de 2013.

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